Reflexiones para el Día de la Madre
Hoy se celebra el Día de las Madres y eso me hizo reflexionar en esta frase de Christiane Northrup:
“La mejor herencia de una madre a su hija es haberse sanado como mujer” (que debería ser en realidad “a sus hijos”, y no solo la madre sino también “el padre”, pero aprovechemos el ejemplo para la madre en su día)
Esa herencia es la de haberte hecho cargo de ti; de no esperar que ellos te salvaran (aun cuando tu sientas que lo han hecho, porque te han impulsado a creer lo imposible y mover cielo y tierra) pero sabes que no es por ellos, es por ti, mamá.
Es porque te mereces sentirte en paz contigo. Te mereces sentirte quien eres, con todos los matices y detalles, porque gracias a cada uno de esos momentos de desesperación, confusión, dolor, incertidumbre, tristeza, impotencia, frustración, está una mujer dando la cara, el útero y el corazón para seguir adelante.
Lamentablemente este “seguir adelante” significa a veces seguir pero como si eso significara renunciar a lo que creíamos ser antes de la maternidad.
La maternidad no es circunstancial, es la activación de un rol, de una función de tu ser, que está al servicio de (-inserte aquí sus valores y creencias-).
La maternidad es la no expectativa, porque cada hijo te hablará desde un lugar distinto, desde SU lugar. Cada experiencia, cada embarazo, se expresará de la forma en la que necesita ser visto. Pero nosotras decidimos cómo leer, cómo nutrir, dónde poner la energía, cuándo parar, cuándo callar y cuándo gritar.
La maternidad es libertad. Esa es la raíz de la confianza en el día a día y en la sabiduría para ser mamás. Es un instinto tuyo y natural que te libera, no te encandena. Te libera del egoísmo, pero trae la abrumación, te libera del odio pero trae la expectativa, te libera de la desorientación pero trae la confusión. Y todo eso que trae es porque tu vida lo necesita para seguir adelante, no por ellos, por ti misma.
¿Realmente vamos a aprender a gestionar las emociones para enseñar a nuestros hijos a gestionar emociones? No, vamos a aprender a gestionarnos porque las emociones no existen únicamente cuando estamos con ellos. Nuestra personalidad, nuestra emocionalidad, todo forma parte de lo que somos -todo el tiempo-. Pero aprendemos a regularnos.
Ha sido tanta la domesticación que nos hemos desconectado de nuestro poder primigenio de libertad y salvajismo; de no tener miedo a lo que somos en su estado más puro e indómito.
Somos humanos antes que padres. Por nuestro bienestar y para beneficio de todos, los hijos podrán disfrutar de una madre y un padre equilibrados, pero eso no garantiza que tu hijo aprenda a hacer lo mismo. Por eso, la lección está en que ellos sabrán que tú te hiciste cargo de lo que te molestaba de ti misma, por ti misma, y eso es enseñar el amor propio. Eso es enseñar que todo depende de nosotros, y desde allí, se expandirá.
La maternidad es amar, y amar es reconocer que nos equivocamos también; pero ¿somos humanos por errar?, ese “errar es de humanos”, pues sanar también y amar es de humanos, y más importante que ver el “error” debería ser ver la solución y encontrar la medicina dentro de cada cosa.
Somos humanos por amar, y es ese amor lo que permite rectificar. No se trata de tener la razón, se trata de nuestro bienestar. ¿Cuánto me cuesta a nivel de salud y energía intentar imponer mi verdad?... ya el planteamiento me debilita, porque no se impone, ni se padece. Se goza. Se vive.
Esa verdad te pertenece independiente de tu rol, es tu verdad, seas madre o hija o hermana. Eres tu verdad antes que cualquier circunstancia externa. Por eso tu herencia no es enseñar a amar, amando. Eso no se enseña, porque aprende el que quiere aprender. No por enseñar podemos asegurarnos de que se haya aprendido. La misión de vida es única en cada persona y eso no puede garantizarse. Lo que sí puede garantizarse es que la semilla del cambio está sembrada. La intención con la que se ha querido enseñar, ha sido sembrada, y crecerá, si es necesario que así sea.
Por eso, no podemos parar de sembrar. No podemos demorarnos donde no podemos amar, decía Frida Kahlo, y no podemos quedarnos con las ganas de enseñar. Hay que entregarlo. Hay que dejarlo allí, disponible, para que pueda ser heredado. Es poner a disposición esa medicina: la de amarnos para ser felices. Si yo AMO, amo hacia adentro y entonces hacia afuera, proyectando, y eso es lo que formará parte del patrimonio heredado de nuestros hijos.
Confianza y serenidad. Lo estamos haciendo bien.
Hecho está.